Télam

Editorial de La Hora 17 de abril de 1989

Editorial

Vencieron, pero no convencieron

 
Lo dijimos antes del referéndum, sin tener dudas y con mucha claridad, y lo reiteramos ahora: aceptamos el resultado de las urnas. Pero ello no nos impide opinar y realizar nuestro análisis de los resultados.
Ha triunfado el voto amarillo y nos duele, nos amarga, estamos llenos de tristeza como el 40% de los uruguayos. No queremos ni podemos ocultarlo.
Esta no es una hora de grandeza para la nación. Ni siquiera los que triunfaron logran disimularlo.
No hoy festejos de los victoriosos amarillos. No hoy demostraciones de júbilo ciudadano por la "confirmación de la paz que hoy tenemos". Porque se cierra si un capítulo, pero no se han cerrado las heridas, ni los dolores, ni los sufrimientos.

Hoy no hay alegría en los centenares de miles de ciudadanos que, por un conjunto de razones que debemos analizar y profundizar, optaron por el voto amarillo. ¿Por qué?
Es una pregunta imprescindible, obligada, si se tiene en cuenta que luego de un proceso plebiscitario tan cargado de significados y de valores tendríamos que sentir en las calles el júbilo de los triunfadores. Es una viejo tradición nacional, nunca desmentida.
No hay alegría ni festejos porque no han triunfado por cierto la valentía cívica de los uruguayos, ni la justicia y mucho menos la democracia. No han triunfado las tradiciones auténticas, las de la Patria Vieja, las del artiguismo irreductible ante los tiranos, ese ideario tan repetido, que tanto nos emociona a todos y que todavía no hemos logrado asimilar o nuestras conductas cotidianas y concretas.
El miedo no se celebra, la convivencia con la impunidad y con los torturadores al precio de una tranquilidad falsa, nadie tiene ganas de exhibirla como una virtud.
Porque en definitiva todos tenemos la sensación de que hemos perdido, no en las opciones partidarias o políticas, sino en la dignidad nacional.

Sin embargo, hay unos pocos que festejan.
Seguramente estarán celebrando los autores de tantos crímenes y bajezas en sus catacumbas impunes. Y el oprobio y el repudio de su pueblo los perseguirá, aunque en alguna publicidad "amarilla" oficialista o semi, se los presente vergonzosamente como combatientes de una guerra civil.
A los violadores de estudiantes indefensas, a los asesinos de mujeres y hombres desarmados, a los ladrones de niños y de fincas, a los torturadores cobardes, no hay nadie que los pueda redimir. Habremos renunciado a la pretensión punitiva del Estado, pero nunca lo haremos a la condena moral serena pero implacable, de sus crímenes, por parte del pueblo.
Porque ahora vendrán también los que no sólo querrán asimilar el voto amarillo al respaldo a una ley infame sino que iniciarán la gran obra de distorsionar la historia, de mentir a nuestros hijos, para lavar lo afrenta no solo de su milicia por la impunidad, sino por su responsabilidad histórica ante la escalada de los criminales y su plan de incorporarlos definitivamente a su modelo de país.
Es una lástima que hayamos perdido la oportunidad de diferenciar bien claramente entre un puñado de impunes que un día eligieron dejar de ser uruguayos para transformarse en verdugos, y el resto de los ciudadanos de uniforme.

Y también estarán festejando los que impulsaron y aprobaron la ley de impunidad y la defendieron hasta las últimas consecuencias. Los que utilizaron el poder del Estado sus cargos al frente del gobierno para montar la campaña del miedo, de la desinformación, del oprobio, para proteger o los torturadores. Esos han encontrado luego de estos años su tranquilidad. Es posible que hasta estén tranquilos con su conciencia...
Estarán festejando los que dijeron por televisión que "votaban con miedo" como el diputado Sturla y arrastraron por el fango toda una historia de grandeza y de coraje cívico de su colectividad, con la que tenemos grandes diferencias, pero siempre respetamos por su hidalguía.
Estarán jubilosos los que se transformaron en la muleta vergonzosa con la cual caminó el gobierno en todos estos años, aún a costa de destruir todas las ilusiones de renovación y de compromiso con alguien.

Afortunadamente nosotros no tendremos que compartir la cohabitación en un mismo partido político, con estos sectores. Es demasiado grande la valla moral que separa el voto verde del amarillo paro olvidarnos fácilmente de ella.
Todos ellos ahora, casi como un gesto de clemencia hacia los vencidos, nos hablarán de grandeza. De esa grandeza que les faltó en todos estos años y en particular en la campaña previa al referéndum.
La grandeza que les faltó cuando recurrieron a la censura de los canales de televisión para impedir el testimonio de una madre a la que primero le impidieron investigar sobre su hijo y luego buscaron acallarla.
La grandeza que les faltó en el uso de todos los medios, hasta el último momento, para deformar el veredicto de la gente. Llegando a la innoble "travesura de utilizar una ministra de Educación y Cultura para decirnos que en estos cuatro años habían hecho todo lo posible para encontrar niños desaparecidos. Hablando a nombre de este gobierno que no fue capaz de pagarle ni siquiera el pasaje a Amaral García y que no ha contribuido a encontrar un solo niño o adulto desaparecido.
Este gobierno que votó la ley para los secuestradores, pero que además la entendió como una garantía de impunidad frente a cuatro años de insensibilidad y de vergüenza en la búsqueda, al menos, de nuestros compatriotas desaparecidos.
La grandeza que les faltó en su campaña de atemorización, y también de provocación publicitaria, como la que ejecutó Corporación Thompson, a cuenta de quién sabe qué graciosos beneficios en la próximo campaña de algún hombre fuerte...
No podrán hablar por un buen tiempo de grandeza los que utilizaron al Papa, agraviando a los católicos, los que manosearon a jefes de Estado y usaron incluso las oficinas del gobierno para producir su propaganda.

Nosotros estamos tranquilos con nuestra conciencia y con nuestra actitud. Nadie nos puede acusar de utilizar el oprobio, la truculencia, de convocar al odio, de deformar los hechos. Repasamos todo la actitud de la Comisión Nacional pro Referéndum y toda la campaña por el voto verde y no tenemos nada de qué arrepentirnos. No es poca cosa en estos tiempos.
Los que votamos verde soportaremos la amargura de esta derrota, que nos duele porque es una derrota de principios muy caros, de valentías y valores que han hecho grande a la patria, porque es la amargura de los jóvenes que verán crecer su desesperanza.
El análisis de los resultados vendrá después, porque no todo es blanco y negro, porque los matices importan y porque es imprescindible una profunda y serena reflexión. Por ahora reconocemos la realidad en sus trazos más gruesos, pero sin mentirnos, sin falsos consuelos, que en la política y en la vida el pan se sigue llamando pan y el vino, vino.

Aceptamos el resultado, porque la democracia tiene también su precio y hay que ser capaces de aceptarlo y de pagarlo. Y nosotros estamos comprometidos en serio con la democracia.
Pera nadie nos obligará a olvidar nuestros mártires, nuestros desaparecidos, nuestros dolores, nuestros hijos que no están y que ahora se encuentran seguramente más lejos.
Nadie nos doblegará en nuestro camino hacia otro Uruguay, hacia otra moral que privilegie siempre los mejores sentimientos y valores de los hombres y no su mezquindad y egoísmo. Ese camino es largo y difícil, pero no tiene alternativas.

Vencieron los amarillos, pero no nos convencerán nunca de que la justicia debe ser inmolada en el altar de la mezquindad y del temor, y de que la democracia se puede construir sin dignidad.

(Editorial de La Hora 17 de abril de 1989)

Decididamente la democracia es otra cosa  aunque los cenadores no sepan que  


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